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Ser mujer hoy

Ser mujer hoy

Ser mujer hoy es enfrentarse cotidianamente con una insólita sobrevaloración de la juventud, del sexo y a un disimulado miedo a la vejez. El escrutinio social e inquisidor sobre los estándares que debemos cumplir como mujeres es lo que priva. En todas las esquinas nos saludan los rostros y los cuerpos juveniles de los carteles de propaganda.

Los héroes y las heroínas de la era del consumo, las estrellas del cine, teatro y televisión, los Youtubers, el Tik Tok, las modelos de las revistas y, en general, de las redes sociales; gracias a los filtros y demás artimañas digitales, son todos seres juveniles que parecen no envejecer nunca. A nadie le gusta envejecer y nos defendemos por todos los medios del paso del tiempo.

No hay duda de que en el miedo al paso del tiempo afloran diversos factores específicos de la sociedad y de la psique del ser humano. Será que, en la actualidad, en un acto consciente, resultado del desarrollo y evolución, adoptemos el autocuidado y la prevención como forma de retardar el envejecimiento y sus consecuencias; o quizá, solo sea resultado de los nuevos estándares que se deben cubrir para pertenecer y sentirse digno. Hasta qué punto esa línea delgada entre el autocuidado y el consumismo se diluye e inclina la balanza a favor del culto al antienvejecimiento.

Coexistimos muchas generaciones de mujeres que debemos ajustarnos, desde diversos contextos socioculturales, a un “deber ser”. Éste, somete, aprieta, gobierna, dirige y redirige los roles y patrones a seguir. Hoy, no se trata de la edad o de cuantos años hemos acumulado y lo que en esos 365 días de cada año nos han significado o resignificado, sino en cómo los proyectamos y lo que esa cifra representa como una norma a cumplir.

Mucho se ha escrito sobre que los treinta son los nuevos veintes, y los cuarenta los nuevos treintas, y así sucesivamente dependiendo la década en la que se encuentre quien lo escribe. Estos nuevos “rangos de edad”, para la gran mayoría de las mujeres, inalcanzables, se han convertido en la nueva zanahoria de Bugs Bunny. Olvidando que realmente, si les diéramos a escoger a los conejos entre zanahoria y lechuga, optarían sorprendentemente de forma natural por la segunda. Estos nuevos parámetros, vistos de forma simplista podrían resultar incluso alentadores, pero lo cierto es que cumplir con ello resulta tremendamente desgastante. El nuevo reto para formar parte del círculo dorado es aparentar por lo menos diez años menos de los que tenemos, y para cumplirlo se vale todo a lo que tu bolsillo te de acceso. Es vivir una segunda adolescencia en la mediana edad, que muchas ya no estamos dispuestas a enfrentar.

Hay mujeres que nos descubrimos y resignificamos como parte de esa generación que sobrevivimos a los preceptos de la “todología”; debíamos cumplir con todo y, además, debíamos hacerlo extraordinariamente bien. Hijas, hermanas, estudiantes, profesionistas, esposas, madres, amantes, amigas, y en todo ello, debíamos ser exitosas. Sí, sobrevivimos. Y nos quitamos, después de muchos descalabros, el velo que nos obligaba desde tener que escoger uno de esos roles o, a llevarlos a su máxima expresión. Si no lo cumplíamos, el vacío, la frustración, el desasosiego y la insatisfacción se apoderaban de nosotras. Ello sin importar los costos físicos y emocionales. Vencimos. Algunas, que nos pensamos afortunadas, lo logramos. Hemos pagado un costo alto. Nos dimos cuenta, que ese añorado equilibrio, ese estar bien en todo, era irreal como los “happy end” de Hollywood. Sin embargo, hemos llegado a esa edad, en la que amablemente nos decimos que lo hemos asumido y que hemos aprendido de ello. Y volteamos al resto de nuestra vida con esa sonrisa de satisfacción, de que creemos que estamos en otro nivel. No obstante, a los cincuenta los nuevos estándares nos marcan que en ese otro nivel debemos ser expertas en yoga, en mindfulness, alimentación, en deporte y acondicionamiento, en reiki, en ayurveda, en medicina, en herbolaria y aromaterapia, en psicología y, por si acaso, psiquiatría. Y en estos tiempos, neumología y problemas respiratorios; sin olvidar, evidentemente, primeros auxilios. Próximamente, geriatría y altas especialidades, solo por mencionar algunas de las disciplinas posibles.

A partir de los cincuenta debes firmar un pacto con el diablo para no envejecer y evitar que cada mañana te aparezca un nuevo dolor; y si te aparece, tener el poder para ignorarlo. Pacto para que no se te note la edad que tienes y que atestigua silenciosa tu acta de nacimiento. Edad que simboliza una historia de vida, rica en experiencias y en la que cada una de nosotras hemos dejado una huella y cimbrado al mundo. Historia que hoy nos obligan a desconocer y darle la espalda.

Juventud y vejez, elementos inseparables de la condición humana y factores fundamentales de lo que nos han dicho debe ser la felicidad y, al mismo tiempo, desgracia del ser humano.

S.C.C.
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